miércoles, 10 de junio de 2009

El autor

Lucian Freud nació en 1922, en Berlín. Era hijo del arquitecto Ernst Freud y nieto de Sigmund Freud. En 1932 su familia, de origen judío, se exilió y se instaló en Inglaterra. Su período de formación artística fue breve, pero importante, pues recibió clases de Cedric Morris, que instaba a sus alumnos a dejar que sus sentimientos afloraran por encima de la observación objetiva. Su pintura se encuadra dentro de la llamada “Escuela de Londres”, compuesta por un grupo de jóvenes pintores de la postguerra, entre los que se encuentran Francis Bacon y Frank Auerbach, junto al propio Lucian Freud.
A lo largo de su trayectoria, se pueden observar unas modificaciones en la técnica: al principio todas sus obras son pintadas de un modo muy delicado, suaves veladuras de esmaltados transparentes van configurando las formas y los colores de los rostros y pieles de sus primeros desnudos, incluso se ha comparado esta primera étapa con la técnica de los flamencos del siglo XVI. Más adelante, en los años 50, Lucian abandona la delicadeza del tratamiento y pasa a trabajar con mucha más pasta; además, utiliza pinceles de mayor grosor. Las veladuras ahora son contundentes, no matiza, trabaja en capas opacas, y el resultado de este método son cuerpos más musculosos, el concepto de carne se hace más evidente.
Si seguimos avanzando en su trayectoria, en sus últimas obras, Lucian se ha permitido trabajar y experimentar mucho más la materia, ahora, ya no se conforma con un exceso de pintura, añade blanco de Klemnitz y pasta moldeable para aportar a los desnudos la calidad de volúmenes escultóricos. Con ésta técnica pretende recalcar la sensación de proximidad del cuerpo al espectador; además, para contrarrestar, sigue pintando los fondos con pinceladas lisas y con poca pasta, lo que proporciona una sensación de profundidad mucho más real.
Los retratos, algunos de ellos de encargo, mantienen la misma intensidad que los desnudos. Hay algo especial en la expresión, relacionado, quizás, con la entrega, que también en este caso, el pintor exige a sus modelos. Ante su mirada desfilan personajes de la alta sociedad inglesa e internacional, famosos, familiares y una variedad interesante de los personajes de la noche londinense.
Ni siquiera cuando hace retratos de grupo los personajes están en relación unos con otros, son más bien solitarios que comparten un espacio físico, sin vincularse nunca.
La pintura de Freud nunca deja indiferente al espectador, atrapándolo en una atracción magnética. El ocasional feismo de sus cuadros, nunca te hace apartar la mirada; la contemplación de sus retratos despierta emociones, tocándonos en lo profundo; la salvaje crueldad de su pintura está llena de autenticidad y belleza. Es, en definitiva, dejarse impactar por la obra sobrecogedora de este genio cruel.

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